El “veterinario corresponsable”: la figura que Uruguay discute para profesionalizar la gestión sanitaria en los predios
En Salto, a pocos días de la presentación del Plan Nacional de Lucha contra la Garrapata, el médico veterinario Adolfo Bortagaray, la imagina así: un productor que abre su plan sanitario; un veterinario que planifica, registra y responde; un MGAP que acredita y audita; y gremiales y academia que sostienen estándares comunes.
Una idea con historia (y con urgencia)
Adolfo Bortagaray ubica la semilla en una clase de Clínica Bovina de 1965: “asistencia planificada permanente”, predicaba el profesor Podestá. Décadas después, la idea tomó forma. La gran inflexión personal fue en 1987, cuando asesoró compras de carne para alimentos infantiles Plasmon: los italianos exigían el doble del tiempo de espera que indicaba la etiqueta y, cada vez que auditaban un establecimiento, pedían hablar con el veterinario responsable del predio. En Uruguay, esa persona casi nunca existía.
Llegaron la trazabilidad, la certificación para embarques, las recetas para hormonales y, con los años, la restricción de antibióticos. La burocracia creció, la presión de los mercados también. “Como en una empresa el contador responde por las formalidades, en el campo debería haber un veterinario que responda por las sanitarias”, sintetiza Bortagaray.
Del borrador a la conversación nacional
En 2017 armó el primer proyecto (entonces “veterinario responsable integral”), lo presentó en la Academia Nacional de Veterinaria y lo llevó a CONASA. Hubo resistencias legales y de mercado (“hay que ajustar reglamentos”), pero también apoyos: de la Academia, la Sociedad de Medicina Veterinaria, la Facultad (Decanato, cátedras), el VET-5 y gremiales. Tras intercambios con colegas de Argentina (Santa Fe), la figura evolucionó a “Veterinario Corresponsable Sanitario de la Empresa Agropecuaria”.
La propuesta no plantea obligatoriedad. Bortagaray impulsa un plan piloto voluntario, auditado y acreditado por MGAP, con alcance gradual: primero certificaciones y planilla sanitaria; luego despachos de tropas y campañas (garrapata, brucelosis, etc.). “Es más sólido que la certificación ‘del día’, que a veces ni sucede”, afirma. La verificación sería planificada, con registros y controles trazables.
Qué haría —y qué cambia— el corresponsable
Funciones núcleo
Plan sanitario anual del establecimiento y su ejecución supervisada.
Gestión de planilla sanitaria y resguardo de tiempos de espera.
Certificaciones (embarques/faena) con verificación previa y ordenada.
Recetas para hormonales y antibióticos conforme normativa.
Auditorías internas de procesos y bioseguridad; interfaz con auditorías externas.
Forma de trabajo
Vinculación estable con el predio (visitas programadas, no “a la corrida”).
Trazabilidad documental: registros, evidencia fotográfica cuando aplique, control de lotes.
Acreditación y auditoría por MGAP; métricas de desempeño; correctivos.
Qué gana el sistema
Solidez frente a mercados: menos riesgos de residuos; trazabilidad sanitaria con responsable identificable.
Eficiencia productiva: manejo preventivo, menos pérdidas invisibles.
Profesionalización: del “papel” a la gestión sanitaria integral.
Objeciones previsibles y cómo abordarlas
Bortagaray no esquiva el punto crítico: en parte del sector productor, las certificaciones se perciben como “curro”. Su respuesta combina diseño institucional y resultados:
Voluntariedad + piloto: adopción por incentivos, no por imposición.
No agregar costos inútiles: reemplazar burocracia dispersa por gestión planificada (el productor “ya paga” certificaciones puntuales; se reorganiza el servicio).
Auditoría y métricas: acreditación MGAP, controles cruzados, indicadores públicos (cumplimiento de tiempos de espera, no conformidades corregidas, etc.).
Comunicación de valor: evidenciar ganancias en kilos, menor descarte, cumplimiento sin sobresaltos, mejor acceso a clientes exigentes.
Por qué ahora
La figura no es exótica: “En España existe; en Italia hay experiencias; en Argentina (Santa Fe) también”, enumera. En Uruguay, el contexto acelera: multirresistencia en garrapata, presión por Una Salud, exigencias de inocuidad y bienestar, y un comercio exterior que mira con lupa. “La profesión tiene una puerta para abrir —dice—. Depende de nuestro rendimiento que el productor vea valor”.
La apuesta es pragmática: entrar por lo que duele hoy (garrapata, residuos, certificaciones), demostrar eficacia y recién entonces escalar. Si funciona, el “corresponsable” puede convertirse en piedra angular de una ganadería con menos sobresaltos regulatorios y más previsibilidad comercial.
El pacto de confianza
Nada prospera sin confianza. Bortagaray la imagina así: un productor que abre su plan sanitario; un veterinario que planifica, registra y responde; un MGAP que acredita y audita; y gremiales y academia que sostienen estándares comunes. “No quiero que se vea como ventaja para la profesión y nada más —advierte—. Tiene que aportar al productor. Y eso se prueba con resultados”.
En tiempos de mercados sensibles y márgenes apretados, ordenar la casa sanitaria ya no es opcional. Con un “corresponsable” —voluntario, auditable y orientado a metas— Uruguay puede dar un paso que profesionalice puertas adentro lo que el mundo ya da por sentado puertas afuera.
MGAP