El doloroso saldo migratorio negativo: Por qué Uruguay sigue perdiendo gente

El doloroso saldo migratorio negativo: Por qué Uruguay sigue perdiendo gente

Descubre las impactantes cifras y las causas ocultas que impulsan a 1 de cada 6 uruguayos a buscar vida fuera. La historia que no te contaron.

Uruguay, a menudo elogiado por su estabilidad democrática y desarrollo humano dentro de América Latina, carga con una paradoja profunda: es también una nación de emigrantes desde hace más de 60 años. Concretamente desde mediados del siglo XX, una corriente sostenida de ciudadanos uruguayos ha buscado oportunidades más allá de sus fronteras.

Aunque los indicadores socioeconómicos que existen no son exactos se estima que entre el 15% y el 18% de la población uruguaya ha vivido en el extranjero en épocas recientes, una proporción sorprendentemente alta. Este flujo, iniciado de manera significativa en la década de 1960, encontró destino primero en países vecinos como Argentina, Brasil y Chile, para luego expandirse hacia Norteamérica, Europa y el resto del mundo.

Los momentos clave que forzaron a miles de uruguayos a partir y moldearon un destino nacional

La diáspora uruguaya se forjó con un goteo constante sino una a través de una marea marcada por la convulsión interna. Los momentos de mayor intensidad coincidieron dolorosamente con las crisis políticas y económicas que sacudieron al país. El golpe militar de 1973, que instauró una dictadura que se prolongó hasta 1985, forzó el exilio de decenas de miles de uruguayos; se calcula que en ese período oscuro, unos 380.000 ciudadanos, aproximadamente el 14% de la población total, vivían fuera del país, huyendo de la persecución y la represión.

El retorno a la democracia en 1985 trajo un respiro temporal, una reducción en el flujo migratorio e incluso algunos retornos esperanzadores. Sin embargo, la tregua fue efímera. Las recurrentes crisis económicas, como la severa recesión regional de 1982 y, de manera especialmente dramática, la devastadora crisis bancaria uruguaya de 2002, reactivaron con fuerza el impulso de partir.

Este fenómeno no fue un mero paréntesis histórico; se convirtió en una característica estructural. Estimaciones basadas en encuestas poblacionales revelan que, tras 1996, el stock acumulado de emigrantes equivalía a una cifra cercana del 18% de la población uruguaya.

Aún en 2006, mucho después del fin de la dictadura, factores como el desempleo persistente y los salarios seguían siendo motores poderosos de la migración económica. La tendencia se mantuvo firme: expertos señalaban que para 2023, el saldo migratorio neto de Uruguay seguía siendo negativo, confirmando que la partida de ciudadanos seguía superando a las llegadas y los retornos.

Un viaje a las comunidades uruguayas más grandes del mundo y su impacto en la identidad colectiva

La diáspora uruguaya ha tejido una red global, aunque con concentraciones muy definidas. Según estimaciones oficiales del Ministerio de Relaciones Exteriores, en 2017 unos 529.620 uruguayos residían fuera de su país natal.

Este poco más de medio millón de ciudadanos dispersos por el mundo se ha ido incrementando y se agrupa principalmente en unos pocos destinos clave. Argentina, por su cercanía geográfica, cultural e histórica, alberga la comunidad más numerosa, con alrededor de 132.500 residentes permanentes con ciudadanía uruguaya según la Dirección Nacional de Migraciones en Argentina publicada en 2024. (algunos indicadores estiman que en 2017 había más de 200.000 uruguayos residentes en Argentina y que la cifra continúa en descenso debido a la crisis económica en el país vecino).

España ocupa el segundo lugar siendo el principal destino actualmente de mayor crecimiento de la emigración uruguaya, con aproximadamente 90.000 residentes uruguayos. Luego le siguen Estados Unidos que acoge a casi 69.000 uruguayos, Brasil a unos 55.000, Canadá a 20.000, Israel a 15.000 y Australia a 10.000.

Estas cifras no son meros números; representan familias divididas, talento exportado y una profunda conexión emocional y económica que vincula a Uruguay con el mundo.

Esta distribución geográfica no es casual. Refleja la naturaleza estructural de la emigración uruguaya. Las redes familiares y comunitarias preexistentes y actúan como poderosos facilitadores: tocar tierra en Buenos Aires, Madrid, Miami o Barcelona, ciudades donde ya existe una comunidad uruguaya consolidada, es una experiencia común que reduce la incertidumbre del desarraigo.

Esta realidad se refuerza con una percepción creciente entre las nuevas generaciones: encuestas recientes, como una realizada en 2024, muestran que el 31% de los jóvenes uruguayos ha pensado «concretamente» en irse del país, la proporción más alta jamás registrada, indicando que la idea de emigrar sigue siendo una opción muy presente en el imaginario colectivo, especialmente entre quienes buscan forjar su futuro.

LA REPUBLICA